Tenía alrededor de 24 años cuando escuché por primera vez sobre la donación de óvulos.
Estaba en un oscuro cine en Manhattan, donde vivía en ese momento, y vi un anuncio en la pantalla gigante. No recuerdo las palabras exactas pero recuerdo que el anuncio me hizo tomar una pausa y preguntarme si donar mis óvulos sería algo que podría hacer en algún momento.
La idea me hizo sentir incómoda, así que me deshice del pensamiento al mismo tiempo que el cine se oscurecía, y me hundí en mi asiento y me preparé para la película.
Nací en un pueblo pequeño en el suroeste de Louisiana, en los Estados Unidos, y me crié ahí y en Texas. Soy la segunda de tres hermanos; tengo un hermano mayor y una hermana menor. Mi padre trabaja en la industria del petróleo y mi madre era ama de casa cuando yo era niña.
Mis dos hermanos bendijeron a mis padres con nietos. Yo, sin embargo, poseo un espíritu inquieto y errante, así que tomé la decisión cuando tenía 20 años de que tener hijos no sería parte de mi futuro.
Casi llegando a los 30 años me encontré viviendo en Londres, recién despedida de mi trabajo corporativo durante la recesión global. No tuve otra opción más que volver a los Estados Unidos, que es como terminé en Nueva York otra vez.
Todavía desempleada, mi situación financiera era bastante deprimente, como es eternamente el caso en la ciudad de Nueva York.
Inspeccionaba el sitio web craigslist.com todos los días buscando trabajo y me encontré con un anuncio de donación de óvulos que aseguraba que pagaba a los donantes hasta $10,000 dólares. Me volví a encontrar en ese momento en el cine, pero de nuevo me pregunté si eso era algo que yo podría hacer.
Sin embargo, esta vez, la idea de crear una vida con mi ayuda parecía un increíble regalo para dar. Que me pagaran por hacerlo era un gran bono, por supuesto. Todavía tuve mis dudas sobre todo el proceso, pero empecé a considerar la posibilidad seriamente.
Sin saber nada sobre el proceso y preguntándome cuáles serían los riesgos, empecé a hacer investigaciones, pasando enormes cantidades de tiempo en el buscador Google buscando todos los aspectos de la donación de óvulos.
Encontré sitios web que daban estadísticas de que el proceso tenía un nivel de riesgo tan bajo como un 1% - 2% por complicaciones mayores como infección pélvica, estimulación ovárica y torsión.
Estos sitios también aseguraban, una y otra vez, que la donación de óvulos era un proceso relativamente nuevo y que no habían estudios definitivos que demostraran una relación entre la donación y la infertilidad, cáncer u otros problemas de salud a largo plazo.
También descubrí, como se hace siempre en la web, historias de horror de mujeres quienes habían donado y experimentado híperestimulación, un efecto secundario de medicamentos de fertilidad que les provoca producir más óvulos que los que se intencionaba.
Algunas mujeres hasta perdieron un ovario debido a complicaciones. Debido a que las advertencias parecían mencionar la falta de cuidado apropiado por las instalaciones por las que donaban, me di cuenta de que era importante encontrar una que fuera bien valorada y que cuidara a sus donantes.
Encontré varios programas de donantes en linea en el área de Nueva York, y me topé con uno con un nombre bien conocido y altamente respetado. La información en su sitio web afirmaba que ellos cuidaban bien a sus donantes y les ofrecían el mejor cuidado posible.
También había un número de citas de donantes pasados elogiando al personal y afirmando que habían tenido una gran experiencia. A pesar de tener algunas dudas, decidí aplicar en linea. Aprendí que la edad límite era de 32 años, que yo casi los tenia, y no sabía siquiera si me aceptarían.
Pasaron las semanas y no hubo respuesta. Me imaginé que algo en la información que ofrecí me descalificaba. Quizás era mi edad, peso o altura, o cualquier número de otros factores. Para mi sorpresa, un mes después me encontré con un correo electrónico invitándome a venir a una reunión y pruebas iniciales. Acepté e hice una cita.
Mi Primera Donación
Me senté en el área de espera sintiéndome como si estuviera entrevistándome para un trabajo, un poco nerviosa, luchando con mis dudas e inseguridades. En el momento que conocí a la coordinadora del programa, sin embargo, me empecé a sentir cómoda y mi ansiedad empezó a desaparecer. Ella era cálida, amigable y exudaba compasión.
Ella me hizo un resumen de todo el proceso de donación y me explicó que los dos primeros pasos serían hacerme pruebas de sangre y una prueba psicológica de selección múltiple. También me dijo que el proceso sería completamente anónimo y que recibiría $8,000 si donaba.
Durante mi visita siguiente llené mucho papeleo, di más sangre para más pruebas, me reuní con el psicólogo, el consejero genético, me hicieron un examen físico y ginecológico completo, y una prueba de Papanicolaou. Empecé a comprender lo que involucraba todo este proceso.
El psicólogo me preguntó lo que hacía para ganarme la vida, si estaba en una relación estable y cómo me sentía con respecto a donar. Me ofreció sus servicios durante o después de la donación.
También me explicó que yo tendría que renunciar a todos los derechos legales o paternales de cualquier niño que naciera de mi donación y quería saber cómo me sentía respecto a eso.
No hubo duda en mi mente, mi motivación era estrictamente ayudar a alguien a tener niños. También me dijo que debido a que era considerado poco ético pagar por tejido humano, los óvulos eran una donación y que a mi se me pagaría por mi tiempo y esfuerzo
Durante mi examen físico el doctor me preguntó sobre mi mancha de nacimiento, cicatrices y tatuaje. Debido a que había obtenido mi tatuaje diez años antes, no era un problema.
Luego me di cuenta que un donador previo había sido descalificado cuando una enfermera notó un tatuaje fresco en su brazo un día antes de la extracción del óvulo. La historia era un poco advertencia, e ilustraba la seriedad y la meticulosidad del personal de la clínica.
De hecho, además de no obtener un tatuaje, había un montón de cosas que no podía hacer por un mes, como hacer ejercicio, beber alcohol, tener sexo o tomar medicamentos o vitaminas de cualquier tipo.
También hablamos de riesgos potenciales y me di cuenta que empecé a hacer muchas preguntas que tenía en mi mente. Ella fue honesta y directa, repitiendo mucha de la información que ya había leído anteriormente. Los efectos secundarios eran siempre una posibilidad pero la mayoría de ellos eran altamente improbables.
Nunca me sentí presionada por nadie en la clínica. La decisión era mía, y solamente mía. Así que la tomé. Supe, justo después del examen físico, que iba a continuar con la donación.
La reunión con el consejero genético fue breve pero interesante. Ella me hizo muchas preguntas sobre el historial médico de mi familia, buscando cualquier tipo de enfermedad genética que yo podría portar. Ella me explicó que la sangre que me habían extraído ese día sería examinada para ver si era portadora de algún tipo de enfermedad genética.
En pocas semanas y después de que todas las pruebas tuvieran un resultado normal, fui emparejada con una recipiente y una fecha de comienzo fue seleccionada para el ciclo.
Me sentí emocionada, con un poco de nervios. Tendría que inyectarme yo misma por hasta dos semanas y luego tendría un procedimiento para remover los óvulos de mi cuerpo.
Una mañana recogí una gran bolsa de papel llena de medicinas de fertilidad, agujas y algodón con alcohol de la clínica, y recibí instrucciones de cuál medicamento tenía que ser refrigerado.
La bolsa era grande, y salí preguntándome el valor de venta de todos esos medicamentos. Me apuré a llegar a la casa para refrigerarlos. Lo último que quería era arruinar todo el ciclo por no almacenar mi gran bolsa de medicamentos e implementos apropiadamente.
Las siguientes dos semanas fueron un poco difíciles. Iba a la clínica cada mañana y me inyectaba cada noche antes de irme a la cama. En casi cada visita un doctor examinaba mis ovarios y los folículos crecientes que albergaban los óvulos dentro de ellos con un ultrasonido vaginal.
Ellos midieron y contaron los folículos que podían ver proyectados en una pantalla. Ellos crecían y crecían cada día. En algún momento contamos entre quince o veinte folículos.
Las inyecciones resultaron más fáciles de lo que me imaginaba. No estaba muy nerviosa ya que había asistido a una clase para aprender a inyectarme apropiadamente. Aun así, a una hora antes de la primera inyección, vi varios videos en YouTube para asegurarme de no arruinar nada.
Tenía dos opciones, podía inyectarme en los muslos o en el estómago. Puse los dos medicamentos que tenía que tomar esa noche en el mostrador de mi baño, limpié mi muslo con alcohol, pellizqué la carne y en un movimiento rápido clavé la aguja en mi piel.
Fue sorprendentemente indoloro
Apreté el émbolo y sentí una sensación de ardor, luego solté la piel pellizcada y removí la aguja. Algunas gotas de sangre salieron en la superficie de mi piel. Repetí el proceso en mi otro muslo.
Después de pocos días pequeños moretones empezaron a salir en los sitios de las inyecciones, así que decidí superar el miedo nauseante y el disgusto de inyectarme en el estómago. Para mi sorpresa fue una área aun menos sensible así que empecé a rotar los sitios de inyección cada noche.
En la novena mañana el doctor me dijo que los folículos estaban cerca de madurarse y que probablemente recibiría instrucciones de tomar “la inyección detonante” el próximo día. La inyección detonante es una inyección de una hormona sintética que causa que los óvulos completen el proceso de maduración y los prepara para ser extraídos.
Una llamada por la tarde con instrucciones de la clínica, confirmaron lo que el doctor había sospechado en la mañana, y esa noche me inyecté la ‘inyección detonante’.
Dos mañanas después me reporté a un hospital cercano donde me llevaron a la sala de espera de FIV (Fertilización In Vitro), donde me puse una bata de hospital. Una enfermera con un trato hacia el paciente cálido me ayudó a calmar las mariposas que empezaban a causar estragos en mi estómago, al explicarme todo lo que pasaría esa mañana.
Ella insertó una vía intravenosa y sacó sangre una última vez para probar mis niveles hormonales. Entonces me llevaron, con nada más que la bata de hospital, a la sala de operaciones donde un equipo de médicos y enfermeras estaban ocupados preparándose para el procedimiento.
“Crucé el umbral hacia una sala de operaciones frígida con nada más que una bata de hospital y calcetines. Ya no había regreso. Me sentí un poco nerviosa, rodeada de extraños quienes estaban a punto de operarme.”
La habitación estaba frígida, y las mariposas en mi estómago empezaron a bailar de nuevo. La bata realmente no me cubría la espalda y empecé a tiritar. La enfermera me dijo que me acostara en la mesa de operaciones y me cubrió con una manta cálida.
Quería abrazarla por ese regalo tan generoso, pero para entonces la anestesióloga me estaba hablando. Ella me inyectó antibióticos en la vía, seguido por la anestesia. Sentí como si agua de hielo subía por mí brazo a través de mis venas.
En pocos segundos la habitación, al igual que el cine donde escuché sobre la donación de óvulos por primera vez, se desvaneció hacia la oscuridad.
Me desperté en la sala de FIV drogada y temblando. Pero así como en cada paso del proceso, nunca estuve sola. La enfermera entró en el momento en que me despertaba y me preguntó cómo me sentía. Yo murmuré algo sobre tener frío. Ella sonrió y me colocó otra de las increíbles mantas cálidas sobre mí.
Me dio jugo y galletas y me examinó cada pocos minutos. Fue mi ángel guardián ese día, y voy a recordar para siempre su mirada amable.
Cuando me sentí lista para irme, la enfermera removió la vía y me dio una lista de instrucciones. Ella repitió las instrucciones a mi amiga quien tenía como tarea recogerme del hospital. Salimos de la habitación estéril hacia las ocupadas calles de Manhattan.
Me sentí cansada, un poco adolorida y añoré el confort y la calidez de mi cama.
El proceso de recuperación de la operación fue sorprendentemente fácil y no hubo complicaciones. Regresé al trabajo al día siguiente y me encontré fantaseando sobre el hecho de que mis óvulos estaban siendo fertilizados para una mujer quien probablemente no desea nada más que ser madre.
Pedí que su sueño se hiciera realidad — pero nunca sabré.
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Recuerdo mi primera experiencia de viajes. Tenía catorce años y fue un viaje de la escuela a Washington D.C. Fue la primera vez que volaba en un avión, mi primera vez en una ciudad metropolitana importante, y mi primer vistazo de lo que quería de mi vida en el futuro.
Me enamoré, no tanto de Washington D.C, pero de la idea de viajar, de explorar el amplio mundo fuera de mi pequeño pueblo en Texas. Me contagié de lo que los viajeros llaman “pasión por viajar” y desde ese momento estaría infectada por él.
Después de un año de mi primera donación, mi vida era muy diferente. Vivía en Brooklyn y tenía un trabajo bien pagado que muchas personas hubieran pensado que yo estaba loca si no lo apreciaba.
Pero había un molesto pensamiento en el fondo de mi mente de que no calzaba en el trabajo como debería. Anhelaba algo más significativo para mi vida Empecé a pensar más y más en viajar.
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Había sido bastante afortunada de viajar a Europa y Canadá en mis veintes, pero esos fueron todos viajes cortos, el tipo de vacaciones que profesionales jóvenes toman con las pocas semanas al año que tienen para ellos mismos. Yo quería más. Viajaba indirectamente a través de libros como ‘Diarios de Motocicleta’, ‘Wanderlust’ y ‘Wild’, esperando un día poder cortar los vínculos que me unían a los Estados Unidos corporativos y poder viajar libremente.
Poco después conocí a Michael. El acababa de regresar de un mes de viajes por Centroamérica. Me contó de sus planes de hacer un viaje de un año entero y me explicó que no necesitaba mucho dinero para hacerlo. Él viajaba con solo una mochila, se quedaba en hostales e iba de pueblo en pueblo y de país en país mayormente por bus. Estaba intrigada por no decir más.
Era una forma totalmente diferente de viajar de lo que estaba acostumbrada, pero resonó profundamente en mí. Después de algunos meses de conocer a Michael, y de una vez que saltamos juntos de un avión sobre Long Island, me invitó a viajar con él.
Acepté sin dudar. Tenía que hacer esto una realidad. El iba a renunciar a su trabajo, tomar sus ahorros y viajar. Y yo estaba obstinada en hacer lo mismo.
Saldríamos en pocos meses y al revisar mi cuenta de ahorros, cuentas y mi salario, me di cuenta rápidamente que necesitaba más dinero antes de salir. Así que sin mucha duda decidí volver a donar mis óvulos.
Volvería a ayudar a alguien a hacer que sus sueños se volvieran realidad, mientras hacía lo mismo por mi. No fue una decisión por dinero. Esta vez mi donación me ayudaría a lograr lo que había querido por tanto tiempo.
El proceso fue similar al de la primera vez pero no se necesitaron tantas pruebas. Desafortunadamente, después de esta donación hubo algunas complicaciones menores.
Experimenté hiper-estimulación. Fue incómodo y un poco tenebroso, pero los doctores y las enfermeras en la clínica me monitorearon de cerca, me consolaron, e hicieron que fuera una prioridad darme el mejor cuidado posible para que me recuperara rápidamente.
Y me recuperé.
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Dos semanas después de la donación me encontré en un avión con Michael con dirección a México, el primer paso de lo que se ha convertido un viaje de diecisiete meses por Centroamérica, Surámerica, Europa y Asia.
Decidimos empezar este sitio web con la esperanza de inspirar a otros a viajar. Sólo un empaque nos ha llevado a una nueva carrera a los dos. Ahora nos podemos llamar autores de publicaciones y blogueros de viajes, y no tenemos planes de regresar a nuestras vidas de antes de salir de Nueva York.
Escribo este artículo un año y medio después de haber salido de la ciudad de Nueva York, desde un país que nunca me hubiera imaginado visitar, y mucho menos vivir por los últimos dos meses. A menudo pienso en la mujer que dio a luz a un bebé que lleva mi ADN y me pregunto si se parece a mí.
¿Estará ese niño o niña lleno de la pasión de viajar cuando crezca? Y ocasionalmente reflexiono sobre la dulce simetría de cómo ayudar a traer una nueva vida a este mundo me dio la habilidad de crear una nueva vida para mi misma.
Este artículo fue visto por primera vez en Marie Claire Brasil. Esta versión ha sido alterada en gran parte de la versión original.
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